En la práctica, esta disciplina trata de entender cómo funciona el cerebro en el proceso gastronómico, haciendo posible generar nuevas estrategias, con el fin de lograr que los comensales vivan la experiencia que están buscando.
Un plato redondo hace que los productos se perciban un 15% más dulce que un plato de figura cuadrada. ¿De verdad son tan influenciables nuestros sentidos? El experto Merlín Gessen* visitó recientemente la enoteca Leo en Puerto Ordaz para ofrecer un curso sobre neurogastronomía y nos lo explicó...

En la práctica, esta disciplina trata de entender cómo funciona el cerebro en el proceso gastronómico, haciendo posible generar nuevas estrategias, con el fin de lograr que los comensales vivan la experiencia que están buscando. No se trata de tener un restaurante de lujo, ni de cocina tecnoemocional, aclara el especialista, y lo justifica asegurando que los primeros que han entendido y aplicado la psicología del cliente son las cadenas de comida rápida.
Esta ciencia tiene aplicaciones muy cotidianas. Una puede ser la introducción de nuevos alimentos en los niños. Gessen explica que las madres deben tener presente que el cerebro de su hijo está conectado con años de evolución y es básicamente emocional hasta los 7 años. A partir del proceso de racionalización que comienza con el colegio, es cuando tienen cabida los argumentos lógicos.
Ese bebé que empieza a comer trae unas alarmas innatas que le indican que algo de color brillante puede ser veneno o no es seguro. “Eso tenemos en nuestro cerebro reptil, está guardado”. Es curioso, porque como mamás no entendemos por qué el bebé rechaza el arroz blanco con pimentones o zanahorias. Y la razón es -según la neurogastronomía- que ese patrón de alarma se asemeja a un hongo en un bosque. “El niño cree que no lo puede comer y mamá empieza a darle razones: está rico, te lo preparé con cariño, te va ayudar a crecer, etc. El niño oye, pero su intuición es mucho más fuerte”. No lo rechaza porque “es mala boca”, sino porque su cerebro no confía en ese alimento.
¿Entonces cómo hacer? @Neurogastronomo nos da un método para introducir nuevos sabores sin resistencia. Hacerlo por modelaje. Te sirves brócoli (o cualquier vegetal). Lo compartes con quien esté en la mesa, y comentas lo nutritivo y sabroso que es sin ofrecerle al niño. Sí, como un comercial. Lo repites a los dos días, y luego a los días, y así le enseñas a ese cerebro infantil que el rico arbolito de color vibrante no es peligroso. Mamá y papá siguen ahí y no están enfermos, es decir, es un alimento que se puede comer. En la tercera o cuarta vez le puedes ofrecer, incluso mezclado con un sabor que el niño ya haya aceptado, como el queso. Puede que al principio lo coma con cierta desconfianza, pero al final emulará tu comportamiento.
Para pensar con el café: Hablando sobre comunicación concluí que cada día la integración de disciplinas nos ofrece mayores conocimientos especializados. Y este es un excelente ejemplo. El cerebro trabaja en función del cómo comes y no qué comes. Quizás esa es la razón detrás de la publicidad gastronómica que nos tiene anclados a tantos productos chatarra. Pero también puede jugar a nuestro favor. ¿Quieres intentarlo? Prueba comer bajo en azúcar con cucharillas de postre. ¿Sabe dulce?
(*) Merlín Gessen estudió Gerencia de Hoteles y Restaurantes en Canadá y Neurolingüística en el IESA
Es profesor, conferencista e investigador gastronómico
Fue gerente general del restaurante Le Gourmet/Tamanaco y del Astrid&Gaston Caracas
Su cuenta de twitter es @neurogastronomo
Fuente:Correodelcaroní
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